El desarrollo de la visión es un conjunto ordenado de sucesos que
deben cambiar en progresión ascendente. Esto no siempre se cumple, bien por
causas ajenas (enfermedades congénitas, traumas en el parto, medicación, entre
otros) o propias (forzar al niño a ponerse de pie y andar, no reptar ni
gatear…), lo que impactará en la siguiente fase.
Para asegurar la supervivencia del recién nacido y antes de
madurar el sistema visual, tenemos programados unos reflejos primitivos. Estos
deben aparecer durante la gestación, cumplir su función, y ser inhibidos por
centros cerebrales superiores a los 8 meses. Sirven para mantener el tono
muscular, desarrollar las posturas corporales y preparar la musculatura para “luchar o
huir”. Aquí está el origen de la atención y de la orientación en el espacio.
Poco a poco, el cerebro se nutrirá de los sentidos exteriores (sonido,
táctil, gusto…) e interiores (propiocepción muscular, equilibrio) que son
enviados y analizados en su parte más ancestral, el Sistema Activador Reticular
Ascendente (SARA) y los resultados se reparten en la corteza cerebral donde la
información se hace consciente.
Si no hay suficiente estimulación en etapas tempranas, el sistema
muscular no tiene suficiente tono y será muy caótico controlarlo. Tareas tan críticas como coordinar los
músculos extrínsecos del ojo para leer e identificar lo que estamos leyendo con buena postura necesitará
mucho esfuerzo y afectará a la interpretación de la información en clase
(percepción).